Wednesday, May 6, 2009

Vitalidad


Una mañana te levantaste decidida, fue un aire de gloria el que entró por la ventana del jardín y te despertó: Ibas a abandonarlo todo. Las noches en su casa, los besos hasta en la mañana, las promesas que faltaban cumplir, las mentiras para verlo, las lagrimas que cayeron sin consuelo por tu cara, la paciencia eterna para aguantar hasta el recuentro, las canciones que te hacían recordarlo. Todo. Ibas a decirle que por más que te hayas emperrado en la frase de Iván intentando mantener libre tu paciencia, a la primera noche de fría soledad quisiste ponerla en penitencia y salir a recorrer nuevos caminos. Pero esa auto- mentira te duro unos segundos, hasta que te despegaste de la almohada y dejaste de soñar (de creer que estabas soñando porque te mantenías demasiado despierta), ni siquiera habías podido pegar un ojo en toda la noche, torturándote con la posibilidad de tener que resignarte a tantas expectativas que mantenías muy vigentes con él.
El tema es que jamás podrías haber hecho eso, va en contra de nuestra naturaleza abandonar algo vital, y él te animaba, te daba vida. Por lo contrario sabias que si habías vivido tantos años sin aquel muchacho de ojos oscuros y mirada destructiva, podrías vivir muchísimos mas, quizás hasta siempre, aunque aquello que querías hacerte creer no te convencía ni un poco. Si había algo indispensable en tu vida era su olor, su piel, sus mentiras, sus excusas, sus ganas de verte caer, su miseria para animarte a levantar, sus reiteradas ganas de volver a verte caer, y de nuevo, su precariedad en actos para verte bien y devolverte un poquito de todo lo que vos le das, sin exigirle nada a cambio. Y por obviedad: su presencia, y ninguna más. Todo eso si era vital.